lunes, 16 de abril de 2012

El reflejo del león




Su pétrea espalda se había resquebrajado con el paso de los años.

Su piel, antaño blanca, suave y pulida ahora verdeaba por el musgo que nacía en cada grieta.

Su boca, ahora seca y con gusto férreo, añoraba el agua pura y cristalina que vertía a borbotones en el estanque para diversión de los ahora inexistentes peces.

Se respiraba desolación en toda su rocosa existencia, pero al león no le importaba.

Con ojos impertulbables y vacíos miraba inexorablemente su reflejo, y se sabía

GRANDE,

BELLO,

PODEROSO,

IMPORTANTE,

SABIO.

Porque sólo él conocía su secreta misión.




 
 
Era el guardián de los deseos.