miércoles, 11 de julio de 2012

Tiempo detenido


Daba igual el lugar frío en el que se encontraba; porque no era importante.
Daba igual su vida, sus complicaciones, sus decisiones; tampoco era importantes.

Lo importante eran las sensaciones. Las que iban desde el estómago y recorrían todo el cuerpo, bajando por las piernas y haciéndole cosquillas en los pies; subiendo por la espina dorsal y erizándole el vello de la nuca.

Sonaba una canción, una de esas intemporales, cómo ese momento. Él cerró los ojos y se dejó llevar por las notas que, en su pequeña locura de pentagramas, se ordenaban y conformaban una enérgica a la vez que dulce melodía.
Y ella entonces se aprovechó.

Y lo recorrió entero con su mirada, despacio. 

Y se detuvo en sus manos, que las conocía suaves.

Y luego siguió hasta su boca, que no conocía, pero se mostraba amable y hermosa cuándo sonreía.

Y rezó para que él no abriera los ojos en ese momento, porque la iba a sorprender deteniendo el tiempo.