Daba igual el lugar frío en el que se encontraba; porque no era importante.
Daba igual su vida, sus complicaciones, sus decisiones; tampoco era importantes.
Daba igual su vida, sus complicaciones, sus decisiones; tampoco era importantes.
Lo importante eran las sensaciones. Las que iban desde el estómago y recorrían todo el cuerpo, bajando por las piernas y haciéndole cosquillas en los pies; subiendo por la espina dorsal y erizándole el vello de la nuca.
Sonaba una canción, una de esas intemporales, cómo ese momento. Él cerró los ojos y se dejó llevar por las notas que, en su pequeña locura de pentagramas, se ordenaban y conformaban una enérgica a la vez que dulce melodía.
Y ella entonces se aprovechó.
Y lo recorrió entero con su mirada, despacio.
Y se detuvo en sus manos, que las conocía suaves.
Y luego siguió hasta su boca, que no conocía, pero se mostraba amable y hermosa cuándo sonreía.
Y rezó para que él no abriera los ojos en ese momento, porque la iba a sorprender deteniendo el tiempo.
Y lo recorrió entero con su mirada, despacio.
Y se detuvo en sus manos, que las conocía suaves.
Y luego siguió hasta su boca, que no conocía, pero se mostraba amable y hermosa cuándo sonreía.
Y rezó para que él no abriera los ojos en ese momento, porque la iba a sorprender deteniendo el tiempo.
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